La
montaña se mostraba a lo lejos en la penumbra del amanecer, el sol tardaría en
salir, Aurelio salió aquella mañana con su mochila por los senderos de la
montaña, en busca de piedras que luego vendería a los turistas; atraían esas
piedras que el pulía pacientemente dándoles distintas formas. Decía a quien
quisiera escucharlo que "ellas" le hablaban, y le sugerían que formas
tendrían, él solo cumplía con el mandato de ellas, solo era un mensajero de la
forma.
Aquella mañana no sería igual a cualquier otra, pues le esperaba una sorpresa en su búsqueda.
Aquella mañana no sería igual a cualquier otra, pues le esperaba una sorpresa en su búsqueda.
Mientras
recorría los senderos de la montaña del Collón Cura; observó que todo estaba
quieto, que el viento lo azotaba con fuerza, y que ni siquiera se había cruzado
con algunas liebres o algún zorro en el camino, solo las águila revoloteaban en
los caminos del aire, meciéndose tan alto, que solo parecían un punto.
Estaba
acostumbrado al viento, a la agreste vegetación, a los sinuosos senderos; a
este paisaje del sur de la Patagonia, él amaba esos cielos, ese aire que
respiraba; henchido sus pulmones; con el olor a tomillo, molle, jarillas;
romerillo. No cambiara ni la más hermosa ciudad del mundo, por este mundo donde
dolía el silencio. Aquí podía hablar y escuchar a su corazón. Podía escuchar
las historias del viento que le traía noticias de otros lugares del mundo; le
contaba de la lluvia; la nieve, de los días cálidos y también de los fríos...;
en este lugar era feliz.
Era un cristal de roca, que buscaba otras rocas
para hacerlas conocer otros mundos, a través de las personas que las compraban
y las llevaban consigo en su andar por la vida. Esa mañana descubrió; con gran
sorpresa; que; su corazón que le
hablaba
pacientemente; le decía que era feliz, esculpiendo rocas, que cobraban vida a
través de él y qué seguiría haciendo esos mientras viviera...
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